Bajar costos en gasolina ¿una pésima idea?

Cuando la demagogia desafía la lógica económica, las naciones se vuelven inviables. Venezuela es el mejor ejemplo de lo que acontece cuando la politiquería controla la economía. Colombia está lejos de esos excesos, pero no es inmune a estas tentaciones. El mejor ejemplo es la propuesta del Partido Liberal para el manejo del precio de los combustibles. En pleno contexto electoral, el Gobierno está cediendo a la proposición clientelista de reducir en 20 por ciento el costo de la gasolina.
La idea es mala desde cualquier ángulo que se le analice. Disminuir el precio de los combustibles no bajará el costo de los productos básicos. El impacto del transporte es marginal y no será transferido a los consumidores, pues el sector transporte es uno de los más imperfectos que existen. Lo único que sucederá es que inflará las utilidades de los transportadores sin que la reducción de costos se distribuya en las cadenas productivas y de consumo. Por el contrario, al bajar el precio de los combustibles seguiremos privilegiando modos de transporte ineficientes, en vez de crear las condiciones para que sean rentables sistemas férreos, fluviales o multimodales que ofrezcan eficiencia, mejoren la productividad e incrementen la competitividad.
La idea es pésima porque tiene un grave impacto ambiental. Al bajar el precio de los hidrocarburos, se estimula su consumo, lo que trae consecuencias graves en un país que tiene una ausencia de política ambiental eficaz. El nivel de contaminación en nuestros centros urbanos es elevado y no cesa de empeorar. Todo lo que desestimule el uso del automóvil y privilegie el transporte público, es positivo para la naturaleza. Bajar el precio de la gasolina es una señal errónea.
Peligroso resulta cualquier iniciativa que busque otorgar subsidios al precio de la gasolina. Los países que han caído en ese error han activado una bomba de tiempo fiscal que tarde o temprano estalla con graves consecuencias sociales. Pero, además, es una pésima decisión en términos de equidad. El subsidio no favorece a las capas más débiles de la sociedad, sino a las clases medias y pudientes. Los pobres, que no tienen ni se movilizan en vehículos propios, se benefician solo de manera muy marginal de la reducción en los precios. Subsidiar el combustible es darle dinero a los ricos con recursos presupuestales que podrían ser orientados a programas de verdadero impacto social redistributivo.
Que el precio del petróleo haya tenido una tendencia a la baja en las últimas semanas ha inducido al Gobierno a ceder a la presión de la bancada liberal. Se anuncia una nueva fórmula que cedería a la presión política intentando limitar el daño para las finanzas públicas. Lo triste de todo este debate es que el Gobierno sabe que desmontar el mecanismo de ahorro puede resultar nefasto si los precios repuntan, algo que no se puede descartar.
Rebajar el precio de los combustibles es una pésima idea. Los ministros de Hacienda y Minas lo saben. Pero no estamos en tiempos de buen gobierno, sino en periodo preelectoral.
Fuente: Portafolio.co
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